Mucha cantidad de café y libros de autoayuda me enseñaron, a prepo, lo importante que es el perdón. Noches en vela completamente innecesarias, sin quererlas, de acostarme y mirar al techo y pensar hasta en esas cosas que no quiero ni pensar. Lo que muchos llamarían soñar despierta, que yo cambiaría por tener pesadillas a ojo abierto.
"Perdoname che", que frase tan poco utilizada para lo que en verdad merece. Capaz que a alguien le pisamos el pie, y lo decimos. En ese caso merecería una disculpa, pero no un perdón. O esa gente rellenita de rencor que va, y lo dice siempre, como si nada. Sin apenas sentirlo, se llena la boca de perdones, pero muy por dentro siente espinitas en el alma. De algo que todavía no se puede sacar, de algún prejuicio que formó hace años atrás, de algún dolor muy hondo que lleva en el pecho. En fin, poco de sentir, poco de pensar, mucho de palabrerío de más (o menos quizas). Hora que la gente cambie un poco, y se arriesgue a decir -y sobre todo, hacer- lo que de verdad siente.
Eso, al mundo, es lo que más le hace falta.