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martes, 8 de julio de 2014

Mucha risa

Aprendí a reírme de mi misma y ya no me costó tanto. A ser menos perfeccionista, a dejar algunas cosas para después sin que me importe lo que no lo merece.
Entendí que no tengo horas para mirarme en el espejo, y no me darían las del día si me enfrento a uno para poder decir todas las cosas malas que puedo llegar a pensar de mi. No me daría el tiempo. Entendí que el tiempo es para aprovecharlo y no para verlo irse.

Reírse de uno mismo resulta más fácil. A uno lo hace más critico, y en vez de sacar arrugas, uno saca sonrisas en la cara. Aunque poder reírse así, no es para cualquiera.
Yo no hablo de sonrisas inverosímiles ni de risas por compromiso. Para este tipo de risa hay que saber el porqué, el cuándo, y el dónde. Hay que saber cuales son cicatrices a las que uno puede acceder y cuales son las heridas que están cerrando todavía. Al principio cuesta, pero lo vale.
Cuando uno logra reírse desde adentro, sin fingir, sin rencores al pasado, logra perder el miedo al resto. A lo de afuera.
Cuando uno pierde el miedo, es que lo bueno empieza.


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