De chica prácticamente no hablaba. Ni en la clase (aunque a menudo sabía las respuestas), ni mucho con mis amigas, salvo palabras justas y necesarias. En mi familia no sabían nada de lo que pensaba sobre algunas situaciones de las que vivimos, salvo de casualidad me preguntaran.
Siempre me caractericé por ser “de pocas palabras”. Incluso recuerdo a mis padres, diciendo que yo no jodía para nada (comparándome con mi hermana, que era bastante inquieta), y que aparentemente, yo siempre estaba en mi mundo. Y sí, en mis juegos, en mi mundo, en mi cabeza.
No recuerdo haber tenido amigos imaginarios, pero recuerdo hablar conmigo misma desde que tengo memoria. Me proyecto en situaciones a futuro (y otras que nunca llegan a existir) y me dibujo los caminos. Y así he decidido, en voz baja y tenue, pero con fuertes convicciones a donde he ido en la vida.
En la adolescencia mi vida tuvo muchos quiebres, así como mi personalidad, donde me vi tan saturada que tuve que sacar un poco de todo lo que tenía adentro, para afuera. Mucho lo saqué escribiendo, teniendo la dicha que gente que no sabe quien soy me leyera, y teniendo la dicha de leerme (ya que creo y creí siempre que escribir es una manera de pasar los pensamientos en limpio).
Teniendo otra suerte y esta vez no tan dichosa de sacar otra parte hablando lo que pensaba. Topandome con gente que parecía escucharme, pero que en realidad no lo hacía, o realmente no le importaba... y encontrándome conmigo en esas situaciones. Situaciones que mi “yo” no sabía canalizar con la altura necesaria, ya que las desconocía por vivir siempre puertas adentro.
Hasta el día de hoy sigue siendo un poco así, un poco de querer que entiendan lo sensible que soy y por otro lado no saber demostrarlo. No saber decirlo.
Me encuentro siendo una adulta que no sabe decir nada, que apenas sabe escribirlo. Que aparentemente cuando quiere sacar algo de adentro, algo que no es banal ni común, a la apariencia de los demas solo tiene un problema o tuvo un mal día, o está de mal humor. O quizá sea la menstruación, quien sabe.
Me olvido que de chica siempre preferí el silencio, con cierta razón. Pocas personas son merecedoras de nuestras palabras, de nuestros pensamientos en crudo. Pocos son capaces de ver más allá de eso.
Pocos o nadie.