Seguidores

martes, 23 de enero de 2018

Lata de atún

(Lo comparto porque está excelente. Aplicable para múltiples ámbitos de la vida)

La puta costumbre de estirar el final de una historia cuando ya está terminada hace rato. Aguantar es más doloroso que terminar pero es más fácil.
Hay que tener huevos para tirar una lata de atún antes de la fecha de vencimiento, aún sabiendo que no te la vas a comer. Antes de tirarla, esperás que se te pudra. Sabés que no la vas a comer, porque ya te asqueaste del atún, pero no es suficiente. Antes de tirarla la necesitás podrida. Vencida. Como garantía que aguantaste hasta el último día para ver si te la comías. Hiciste todo lo posible antes de verla en el tacho de basura. Todo. No, corazón. La cosa es al revés. Hay que bancarse tirarla cuando aún se puede comer.
Mi amiga me dijo, un día, que me sacara el palo del culo de una buena vez. Yo sé que la metáfora es un espanto. Pero bancame en ésta que te lo explico un poco.
Uno se acostumbra a vivir mal. No sólo se acostumbra. A veces hasta te gusta. Colaborás y te lo vas acomodando. Al palo, claro. Repetís la tragedia de tu cara todas las mañanas de tu vida. Te levantás a seguir siendo infeliz. Es una decisión tomada e inamovible.
Vivir con un palo en el culo duele. Sacártelo también. No cualquiera puede. No cualquiera quiere. Tenés que bancarte ese dolor. Porque una vez que te acostumbraste y te lo acomodaste a tu medida, creés que es una extensión de tu cuerpo y ni lo sentís. Sí, sacártelo es mucho peor. Porque es inevitable el dolor. Lo sabés. Sabés que te va a doler. Sabés que vas a tener que aprender a sentarte de otra manera. A caminar distinto.
Algo te vas a tener que amputar. Y amputar duele. Cortar lazos, duele. Irte, duele. Renunciar, duele. Decir basta, duele. Ver con ojos nuevos, duele.
Así que basta. Agarrá esa media docena de latas de atún que tenés en la alacena y tiralas a la mierda, sin fijarte cuándo vencen. Qué te importa? A vos hace rato que el atún no te gusta. Te acostumbraste a comerlo porque la tarta la hacés en dos patadas. Fácil. Siempre lo fácil. Ya no importa si está rica. Que sea fácil.
Respecto al palo, ya sabés. Sacateló, carajo. Y si te duele, bancatelá.

Lorena Pronsky
( Pagina “Curame”)

lunes, 8 de enero de 2018

Autoestima

Las personas con autoestima baja sabrán entenderme. Esas que se disfrazan, para que los otros no se den cuenta, y las demás también. Se que hay distintos grados, que algunos vivirán mas tiempo tumbados en el suelo, y otros vivirán mas tiempo disimulandola. Riendo, haciendo que no está, pero a fin de cuentas sigue ahí. Arañandote con la inseguridad, y la desconfianza.
No sé por qué crecí así, o que me hizo así, con una autoestima tan baja, dudando tanto de mis cualidades. Creo que de mis defectos, es el que más me detiene a crecer.
Durante mi adolescencia era bajísima, con el tiempo se fue moderando, pero sigue molestandome. Por más flaca, linda, y exitosa que me encuentre, siempre hay un resquicio de mi que me dice que no soy suficiente.
No puedo describir el sentimiento de insuficiencia, pero puedo asegurar que es espantoso. Cuando la cáscara -fina- de la seguridad se rompe, aparece con todas sus fuerzas. Me hace sentir que ni siquiera con todo el esfuerzo del mundo logro ser lo que se necesita. El mundo lo hace sentir a uno asi, un poco descartable, y la sociedad en parte lo aprueba. Yo creo en los sentimientos impermeables, en esos amores a prueba de balas, y en ese sentir firme. Pero yo soy permeable. Yo me caigo por algo, y todo el resto se cae conmigo. Caigo tan bajo que hasta hago un agujero en el piso, y es dificil pararse desde ahí. Simular que no pasó nada, sonreir, hacer como que a uno no le afecta.. eso es para los campeones. Yo soy una principiante; intento pararme, y me resbalo. Me siento menos, y se me nota. Y eso que se como a uno lo tratan cuando está en el piso (de la peor manera, evidentemente, porque eso es lo que uno atrae), pero en el momento que te sentis para la mierda ni lo pensás. Sos incapaz de poder ver la situación de afuera, de contestar de manera coherente, y de decir alguna palabra sin dejar de llorar.

Envidio (de buena manera) a los que saben lo que valen, sin importar lo que les digan. A los que se quieren como son, a los que reparten esa confianza por ahí. Son lo más lindo que hay.
Capaz que algún día tengo la suerte de estar en sus pies, de saber lo que se siente quererse todos los días y no solo algunos, y que se quieran fuerte, pese a todo pronóstico.